Adriana Agudo Vicci |
Las habilidades duras, esas destrezas técnicas que se adquieren junto con el conocimiento y que se demuestran mediante certificaciones, títulos y años de experiencia, han marcado el tradicional compromiso entre un trabajador y la organización de la que forma parte.
Hasta hace algunos años, poseer esas habilidades duras (hard skills) se traducía en una fuente de prestigio personal y eran el factor primordial para optar a un puesto de trabajo. De ellas dependía, además, la posibilidad de ascender en la pirámide estructural de la empresa.
Pero en este nuevo mundo laboral hay otras prioridades que cambiaron la forma de valorar las capacidades del trabajador. Ahora, tan importantes como los conocimientos técnicos, hay otro tipo de competencias que promueven el bienestar organizacional al generar motivación, solidaridad y optimismo. Estas son las denominadas “habilidades blandas” (soft skills).
De poco sirve tener trabajadores muy competentes para ejecutar las tareas técnicas, si no son capaces de generar emociones positivas en el ambiente de trabajo. Incluso, en muchos casos, esas personas se convierten en fuentes de discordia que entorpecen la creatividad, el entusiasmo y la posibilidad de avanzar juntos hacia una meta común.
Las habilidades blandas promueven el bienestar organizacional y la calidad de vida laboral.
Entre las habilidades blandas, tan importantes en la época actual, destacan la capacidad que podamos demostrar para comunicarnos, interactuar y gestionar conflictos; algo que dice mucho acerca de nuestra inteligencia emocional y de la disposición que tengamos para relacionarnos de manera efectiva con los demás.
¿Es más importante un tipo de habilidades que otro? La respuesta es no. Todas las habilidades son necesarias ya que se complementan entre sí para generar nuevas actitudes y conductas en la organización. Esos nuevos patrones de comportamiento tendrán efectos positivos y duraderos en los beneficios empresariales y en la calidad de vida laboral.