El mundo actual se caracteriza por un cambio constante y acelerado, que impulsa a su vez profundas transformaciones en diversos ámbitos. De hecho, la globalización ha trascendido los mercados para abarcar también las culturas, creando una interdependencia global que trae consigo numerosos desafíos. Además, nos enfrentamos a una creciente dependencia de la tecnología y somos testigos de múltiples crisis simultáneas: medioambientales, sociales, sanitarias, políticas y geopolíticas.
Esta confluencia de factores está configurando un escenario mundial extremadamente complejo y difícil de gestionar, caracterizado por la imprevisibilidad, la ambigüedad y la alta incertidumbre. Estas condiciones generan un estado de tensión constante en la vida cotidiana, provocando conflictos y llevando a las personas a buscar nuevas formas con las que puedan reducir esta complejidad. Las respuestas más comunes a esta pretensión son, por una parte, la imposición de normas estrictas por parte de la autoridad, y por la otra, la aceptación pasiva de estas normas, pero ambas estrategias resultan insuficientes para mantener el progreso y el desarrollo en el largo plazo.
Esta situación ha desencadenado una percepción de crisis de liderazgo en diversos ámbitos de la sociedad, desde el sistema educativo hasta el empresarial. Sin embargo, más que una ausencia de líderes auténticos, lo que estamos evidenciando es una distorsión en el concepto mismo de liderazgo. El liderazgo tradicional, basado en cualidades individuales como visión, influencia y comunicación, se muestra inadecuado para manejar la incertidumbre, la complejidad y la necesidad de adaptación rápida que caracterizan el entorno actual.
Este tipo de liderazgo clásico, concebido para una época de relativa estabilidad y crecimiento constante, típica de la era industrial, resulta insuficiente en la actual sociedad y economía del conocimiento. Se hace necesario, por tanto, un nuevo modelo de liderazgo capaz de enfrentar los cambios y gestionar entornos turbulentos. Es aquí donde entra en escena el liderazgo de la complejidad.
El liderazgo de la complejidad reconoce que las organizaciones, independientemente de su naturaleza, operan en entornos no lineales, dinámicos e interconectados. Este enfoque se basa en los principios de los sistemas adaptativos: la autoorganización y la coevolución, partiendo de la premisa de que todo sistema complejo evoluciona y se adapta constantemente.
A diferencia del liderazgo clásico, centrado en la figura de un líder individual, el liderazgo de la complejidad se entiende como un conjunto de comportamientos individuales.
Los sistemas adaptativos se caracterizan por su capacidad de adaptarse continuamente a las condiciones del entorno, responder a los cambios y evolucionar a través de la interacción. Estos sistemas poseen autonomía normativa, capacidad para tomar decisiones y encontrar soluciones innovadoras, lo que les permite operar sin una dirección centralizada. La coevolución, por su parte, implica que las organizaciones y sus contextos interactúan y se influyen mutuamente.
A diferencia del liderazgo clásico, centrado en la figura de un líder individual, el liderazgo de la complejidad se entiende como un conjunto de comportamientos individuales. Este enfoque se centra en los procesos de las personas y busca crear o aplicar un sistema de reglas que guíe los comportamientos individuales. Su objetivo no es transformar el mundo o las ideas, sino crear las condiciones para que se generen nuevas reglas.
La responsabilidad del liderazgo de la complejidad radica en fomentar las condiciones que permitan un nuevo comportamiento (no en crear directamente un comportamiento novedoso). Aun así, este enfoque no se opone a las estructuras burocráticas clásicas de la organización; por el contrario, las considera útiles y puede coexistir con ellas.
El liderazgo de la complejidad se divide en tres tipos: el liderazgo administrativo (basado en estructuras tradicionales), el liderazgo adaptativo (que crea condiciones para crear interacciones interpersonales y con el contexto), y el liderazgo habilitador (que actúa como puente entre los dos anteriores). Este último es crucial para preparar a las personas que ejercerán el liderazgo adaptativo, creando condiciones favorables para sustentar dinámicas interactivas interpersonales y con el contexto.
En resumen, el liderazgo de la complejidad se presenta como una respuesta adaptativa a los desafíos del mundo actual, caracterizado por su dinamismo y la interconexión de sus elementos. Este enfoque enfatiza la importancia de la autoorganización y la coevolución dentro de las organizaciones, reconociendo que el liderazgo no reside en una figura única, sino en un conjunto de comportamientos que fomentan interacciones efectivas y la creación de nuevas reglas que guían el comportamiento individual. Mediante la integración de las estructuras burocráticas con las dinámicas adaptativas, el liderazgo de la complejidad busca empoderar a los equipos y promover una cultura de aprendizaje continuo, lo cual es fundamental para prosperar en entornos inciertos.
Finalmente, asumir el enfoque del liderazgo de la complejidad obliga a: 1) aceptar que la ambigüedad y la incertidumbre son atributos de esta era, 2) fomentar la inteligencia colectiva, 3) cultivar una mentalidad adaptativa, 4) potenciar la innovación colaborativa, y 5) desarrollar resiliencia y agilidad, siendo crucial que todos los miembros asuman su rol como líderes dentro de sus contextos, de modo tal que contribuyan a la creación de un entorno organizacional más dinámico y efectivo.